sábado, 30 de mayo de 2009

Conflicto israelí-palestino, Una perfecta alegoría.

Por Paula Soto. tercer año de periodismo Universidad Austral.

Los hermanos Kattán se acercan al estadio. En sus cuellos, el “kufiya”; en sus manos, la bandera de Palestina; y, en sus corazones, sólo un deseo: el triunfo. El rival es poderoso, con muchísimos más recursos y con la arrogancia propia de los que se creen superiores. Mas, allí están ellos, dispuestos a dar pelea con lo poco que tienen. Apelan al poder de las convicciones y del espíritu; a un sueño por tantos años acariciado; a la profunda sencillez y humildad de sus argumentos; a la conmovedora fuerza de los que no tienen nada más que perder, pero sí mucho que ganar.

Estruendosas bombas de humo y papeles de colores manchan el cielo increíblemente azul. Un griterío ensordecedor acompaña el despliegue de los guerreros en el escenario.
No hay temor en los Kattán y los que acompañan. Se miran, se abrazan, se reconocen como partes de un todo. Rostros fieros y desafiantes hablan que no habrá regalos ni menos tibieza ni concesiones gratuitas. Las facciones más duras de la hinchada responden a la ironía provocadora del rival. Los músculos se contraen preparados ya para la lucha, el salto, la carrera y el grito…

Sí… el fútbol es, para toda la colonia palestina chilena, la perfecta alegoría de lo que sus hermanos de sangre están viviendo varios miles de kilómetros hacia el oriente y desde hace ya muchas décadas. Aunque sea por ese domingo participarán de un rito comunitario que los singulariza, los reconoce y los valida antes los ojos de los demás. Son entusiastas protagonistas de una épica… de la bendita (aunque improbable y ellos lo saben bien) posibilidad de lograr la hazaña de derrotar al gigante.

Hoy, sin duda, se sentirán más identificados con ese desigual conflicto, pues estarán viviendo -aunque sea de manera simbólica- las intensas emociones de una auténtica guerra. Porque fútbol y guerra son, en muchos aspectos, la misma cosa: el enfrentamiento de dos “tribus” que defienden el tótem (colores, himnos, filosofías, valores, historia, identidades) que hay que defender del enemigo a como dé lugar. Es, en definitiva, el choque de dos culturas, de dos maneras de ver la vida.

Porque fútbol y guerra comparten también un mismo lenguaje y sus prácticas: avances y retrocesos, ataques y defensas, engaños, táctica, reglas y juego sucio, estrategias, golpes y contragolpes, arbitrajes, triunfo y derrota…; y porque, además, están “los otros”, “el resto del mundo”: los que no participan directamente en el ceremonial, que oscilan entre el desconocimiento y la indiferencia más absoluta hasta interesadas o genuinas manifestaciones de simpatía con uno de los dos bandos; los que comercian con él, ofreciendo productos y servicios pensados exclusivamente para estas ocasiones; y claro, los que informan, los que registran el hecho, lo que hacen la crónica.

Y todo comienza. El poderoso se hace sentir y asesta el primer golpe. Pero los palestinos, con rudimentarias armas, equilibran pronto la brega, ante el desconcierto de los rivales. Y así la primera etapa se va, cargada de ilusiones.

Repuestos los ejércitos después de la breve tregua, vuelven con nuevos bríos.

Pero en la cancha, como allá en la lejana Palestina, sucede lo inevitable, lo ya sospechado, pero nunca reconocido… El gigante, como casi siempre, ha tomado ventaja e invade el territorio. Llega con facilidad por todos lados, pero en la mente de todos está el de no rendirse, no bajar los brazos jamás, el de pelear dignamente hasta el final, porque así lo hacen los hermanos de Tierra Santa.
Y el enfrentamiento acaba. Los sueños se han roto y el dolor de la pérdida marca la cara de los hermanos Kattán y de todos los paisanos. No bastaron las piedras, los insultos, la voluntad, el llanto, los rezos, los gritos de guerra atemorizantes…

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